El sol se había ocultado detrás de las montañas cuando el sonido de cascos contra la tierra endurecida llegó hasta la cabaña de madera donde Isabella había encontrado refugio temporal. No era el galope desesperado de un mensajero o el trote disciplinado de una patrulla real, sino algo más pausado, más deliberado. El tipo de ritmo que habla de alguien que ha cabalgado durante días pero que no tiene prisa por llegar a su destino porque no está seguro de cómo será recibido.
Isabella alzó la vista del pergamino donde había estado dibujando los planos para un nuevo sistema de irrigación que podría ayudar a las cosechas de Piedra Rota. Sus manos, que habían perdido la suavidad de la aristocracia durante las últimas semanas de trabajo manual, se detuvieron sobre el carboncillo. Su corazón se aceleró con un ritmo que reconocí