La carta había llegado sellada con lacre dorado que llevaba el escudo de la Casa Montclair: un león rampante custodiando una rosa de cinco pétalos. Isabella había reconocido el sello antes incluso de ver la elegante caligrafía que había memorizado durante los años de su juventud, cuando las promesas de amor eterno se escribían con la misma facilidad con que se dibujaban castillos en el aire. Sus dedos habían temblado al romper el sello, no por nostalgia, sino por el presentimiento de que algunas cartas llegaban únicamente para destruir mundos que habían costado sangre construir.
*"Mi querida Isabella,* había comenzado la misiva, *he seguido tu ascensión al trono con la fascinación de quien observa a una mariposa emerger de su capullo. Siempre supe que estabas destinada a la grandeza, aunque debo admitir que no imaginé que tomarías un camino tan... dram