La Sala del Consejo Real había sido testigo de muchas revelaciones a lo largo de los siglos, pero ninguna había cargado el aire con una tensión tan densa como la que ahora parecía solidificarse entre las columnas de mármol agrietado. Isabella había pasado la noche anterior memorizando cada palabra que planeaba decir, cada pausa que daría para permitir que la verdad se asentara en las mentes de los hombres que habían servido fielmente a una mentira durante más de dos décadas.
El pergamino que descansaba sobre la mesa de roble pulido contenía más que documentos ancestrales; era la llave que abriría las puertas de una verdad que había permanecido enterrada bajo capas de traición y sangre. Isabella lo había desenrollado y vuelto a enrollar tantas veces durante la madrugada que sus dedos conocían cada imperfección del papel, cada mancha de tin