El Salón del Consejo Real nunca había parecido tan imponente como en esta mañana de octubre, cuando las primeras hojas doradas comenzaban a caer sobre los jardines del palacio como lágrimas de los dioses. Isabella observó desde la galería superior —un privilegio que había tenido que negociar con Lady Cordelia mediante una promesa de asistir a tres lecciones adicionales de protocolo— como los miembros del Consejo tomaban sus asientos con la solemnidad de jueces en un tribunal sagrado.
La mesa circular de roble negro brillaba bajo la luz de las velas, reflejando los rostros tensos de los doce consejeros más poderosos de Eldoria. Lord Darius Blackthorne ocupaba su lugar con la elegancia predatoria de siempre, sus dedos tamboreando sobre la madera pulida en un ritmo que Isabella había aprendido a asociar con la planificación de movimientos estratégicos. A su derecha, Lady Morgan