Quince días después
Pasaba por el pasillo cuando un sonido detuvo mis pasos. Un sollozo.
No se me hacía extraño. En los últimos meses, la mansión parecía invadida por un maldito espíritu llorón. Pero esa vez no fue solo el llanto. Fue algo más. Algo que me hizo detenerme frente a la puerta entreabierta de la biblioteca. Me acerqué sin hacer ruido.
La escena frente a mí no era nueva, pero algo en ella me inmovilizó.
Denayt estaba en el suelo, con los apuntes desordenados alrededor como si hubieran explotado en sus manos. Sostenía un libro abierto en el regazo, la espalda curvada, los ojos llenos de lágrimas. Tenía el cabello recogido, aunque algunos mechones rebeldes caían sobre su rostro. Se los apartaba de vez en cuando, con manos temblorosas y torpes.
—¿Qué estás haciendo? —me recargué en el marco de la puerta.
Me miró, y por un segundo creí que iba a lanzarme el libro y reventármelo en la cara. Últimamente se le daba bien responder, incluso su mirada era más segura. Tenía que admit