Vincent.
Estaba en mi oficina revisando unos documentos. Mi día ya había empezado con el pie izquierdo: Edmundo apareció temprano, con ese rostro imperturbable que ni la muerte podría alterar. Aunque no mencionó nada relacionado con mi vida sentimental, su presencia bastaba para recordarme que el reloj seguía corriendo, y con él, el maldito plazo. Estuvimos dos horas discutiendo asuntos legales, estrategias de inversión, renovaciones de licencias.
No había terminado de procesar ese mal rato cuando mi asistente apareció en la puerta.
—Señor, el señor Crane está en el vestíbulo del casino. Dice que quiere verlo personalmente.
Mier-da.
No podía negarme. Si llegó a mi territorio, era porque quería jugar. Y si alguien sabía jugar con fuego, ese era Crane. Ya me imaginaba la razón de su desagradable presencia.
Di la orden para que lo dejaran entrar.
Unos minutos después, cruzó el umbral como si fuera el dueño del lugar: traje burdeos entallado, sonrisa venenosa. Impecable. Insoportable.