Aunque no participé en el proceso siempre la escuchaba quejarse.
Llorar a escondidas.
Decir que no podía. A veces repasaba en voz baja las conjugaciones de los verbos, otras practicaba con libros sobre la cabeza como si su vida dependiera de eso. La observaba de lejos, como si fuera parte del mobiliario de la casa.
Seguí en mi mundo.
Reuniones. Cenas. Cócteles vacíos con personas vacías. Y mujeres…
Una que otra pasaba por mi cama. Ninguna se quedaba aunque rogaban por hacerlo.
Mientras recorría el pasillo, la escuchaba practicar frente al espejo, cómo presentarse, cómo sonreír sin parecer torpe. Por alguna maldita razón, sin sentido, esas escenas se quedaban pegadas a mi cabeza. Me invadían incluso cuando tenía a otra entre mis brazos.
Molesto. Irritante.
Era un fantasma al que no podía exorcizar. Y eso que la pesadilla aún no empezaba. Fingir que éramos algo.
…
Llegué más temprano de lo normal porque tenía que revisar unos documentos. Al cruzar el umbral lo primero que escuché f