23 de Diciembre.
No quería que la reunión se llevara a cabo en mi oficina así que le pedí a Gabriel que los citara en uno de mis clubs, un lugar de exclusividad y discreción. El salón privado en la parte alta era perfecto. Lejos del bullicio del mundo exterior, ahí empezaría con lo más importante. Elegir a las personas que tendrían que moldearla.
Entré sin necesidad de anunciarme. Gabriel ya los había reunido: cuatro personas sentadas a lo largo de la mesa ovalada, cada uno con sus carpetas perfectamente alineadas frente a ellos. Algunos lucían nerviosos, otros fingían seguridad.
Me senté en la cabecera sin saludar, sin sonreír.
—No están aquí para enseñar —dije, dejando que mis palabras tomaran su espacio—. Están aquí para formar. No se les paga por horas, se les paga por resultados.
Recorrí sus rostros uno por uno. Quería que entendieran que eso no era un juego ni una propuesta académica cualquiera.
—Cada uno tiene un rol específico —continué—. Usted —señalé al lingüista—, se enc