El sonido de las notificaciones no se detenía.
Emily apagó su celular por cuarta vez esa mañana, pero no servía de nada. Cada vez que lo encendía, encontraba nuevos mensajes, menciones, etiquetas y titulares… todos con su nombre en mayúsculas. Todos con una sola etiqueta acompañando su rostro: la otra.
Desde que Albert rechazó a Helena en el altar, todo había sido un caos. El momento en que dijo “No” quedó inmortalizado en video y, en menos de una hora, las redes sociales estallaron con versiones, clips, memes y teorías. Algunos lo aplaudían por romper con una unión por conveniencia. Otros lo odiaban por humillar públicamente a Helena.
Pero casi todos coincidían en una cosa: la culpa tenía nombre y apellido.
—¿Cómo estás? —preguntó Valeria al verla salir del baño con los ojos rojos.
Emily intentó sonreír mientras se secaba las manos temblorosas.
—Estoy bien.
—No, no lo estás. ¿Comiste algo?
—No tengo hambre. Además, si me ven en la panadería me toman otra foto comiéndome un croissant