La prueba era falsa.
Pero las dos líneas rosas eran reales.
Helena había hecho lo que toda malvada con dinero haría, pagó muy bien por ella.
Apoyó el palillo sobre la encimera del baño, respirando con calma, como si acabara de ganar una partida de ajedrez. Después de todo, eso era lo que acababa de hacer: un jaque mate.
—Veamos cómo sales de esta, Albert —murmuró, mirando su reflejo.
Su maquillaje era impecable. El peinado suave. La expresión vulnerable. Todo estaba calculado. Todo estaba milimétricamente planeado.
Tomó una foto de la prueba “positiva” y la envió a su madre con un solo mensaje:
“Mamá, no sé cómo decirlo… estoy embarazada.”
La respuesta no tardó:
“¿¡QUÉ!? ¿De Albert? ¿Estás segura?”
Helena dejó el celular sobre la cama. A los diez segundos, sonó una videollamada. Era su madre.
—Ay, mamá… —dijo Helena, fingiendo lágrimas mientras activaba la cámara—. No quería contarlo aún… pero… sí. Es de Albert. Lo supe hace días, pero no quería presionarlo más. ¡Y mira lo que ha hec