El beso no debió pasar.
Y sin embargo, ocurrió.
En medio de un salón aún medio decorado para la boda del año, entre centros de mesa aún sin flores y copas sin vino, los labios de Albert y Emily se encontraron con la fuerza de todo lo que habían callado. Fue un beso lento al principio, como si ambos necesitaran confirmar que no estaban soñando, pero pronto se volvió hambriento, desesperado… inevitable.
Emily fue la primera en romperlo, dando un paso atrás como si hubiera tocado fuego.
—¿Qué… qué fue eso? —preguntó, sin aliento.
Albert, con la camisa desabrochada hasta el tercer botón y el cabello ligeramente despeinado por sus propias manos, respondió con una sinceridad que le revolvió el estómago.
—Lo que llevo semanas queriendo hacer.
Emily tragó saliva. ¿Debía sentirse halagada? ¿Asustada? ¿Furiosa?
—¿Y justo aquí, entre velas y la torta falsa?
Albert sonrió por primera vez en días, con esa sonrisa que casi nadie veía.
—Bueno, si algo va a arruinar esta boda, prefiero que sea algo c