Albert miraba el techo de su oficina como si en las molduras pudiera encontrar una escapatoria. Pero no había salidas, no sin consecuencias.
El contrato matrimonial que lo ataba a Helena era tan real como el anillo de compromiso que nunca quiso comprar. Y cada intento por liberarse parecía hundirlo más.
La llamada de Helena que no quiso tomar terminó en un mensaje seco, como su tono:
“No hay nada que negociar. La boda sigue en pie. Mis padres están conmigo en esto, aunque tú no lo estés. Espero verte en la próxima reunión familiar. Con una sonrisa, preferiblemente. – H.”
Albert apretó el teléfono con fuerza.
—Estás jugando con fuego, Helena.
Horas más tarde, en el restaurante privado del piso treinta de Brown Enterprises, Albert se sentó frente a Helena con la intención de dialogar por última vez.
Ella llegó impecable, como siempre. Vestido de seda rojo, maquillaje perfecto, sonrisa venenosa.
—Espero que hayas venido con la cabeza fría y no con alguna de tus fantasías libertarias —dij