HELENA
No necesitaba una confirmación. Lo había sentido. Lo había olido en el aire como un animal herido olfatea la sangre.
Albert ya no era suyo.
Y ahora, lo peor: ni siquiera fingía que lo era.
Lo espiaba. Desde el momento en que supo que su hermano Fabián había dejado el país, supo también que la barrera entre Emily y Albert había desaparecido. Lo que antes era tensión, miradas, sarcasmo… ahora se transformaba en algo más denso. Más carnal.
Más peligroso.
—¿Qué tenemos hoy? —preguntó Helena mientras una joven asistente entraba con su tablet—. ¿Ya imprimieron la nueva partida de invitaciones?
—Sí, señorita McNeil. También llegaron las flores de prueba para las mesas del brunch posterior a la boda.
—Perfecto —dijo Helena mientras observaba las fotografías en la pantalla—. Asegúrate de que Emily reciba una muestra. Es importante que colabore, ¿no?
La asistente asintió.
Helena cerró la tablet y se recostó en su diván blanco, con una copa de vino y un plan retorciéndose en su cabeza com