Emily sostenía la carpeta con los “primeros pasos de planificación” como si fuera una bomba de relojería. Porque lo era. Solo que, en vez de explotar en fuego, explotaba en contradicciones, humillaciones y un toque exquisito de hipocresía de alta sociedad.
—Aquí tienes —dijo Helena, entregándole la carpeta con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Como ya estás involucrada… puedes ayudar a coordinar lo básico. Nada del otro mundo: lugares de posibles recepciones, fechas tentativas, lista preliminar de invitados. Sabes, cosas “de oficina”.
Emily apretó los dientes, pero mantuvo la compostura.
—Claro. Coordinación básica. Entendido.
—Gracias, querida. Sé que puedes con esto. —Helena le dio una palmadita en el brazo como si estuviera domesticando a un gato callejero.
Emily la vio alejarse con su vestido perfectamente entallado, su perfume carísimo y su capacidad inhumana de mantenerse en tacones de quince centímetros durante ocho horas seguidas.
“Organiza la boda de la mujer que te odi