Ese lunes en la oficina.
—Buenos días, señor Brown —dijo Emily al entrar puntual con su café, perfectamente vestida, cabello recogido, rostro neutro. Tan profesional que dolía.
—¿Tuviste un buen fin de semana?
—Tranquilo, gracias.
—¿Algo interesante?
—Comida, descanso y lectura. ¿Desea azúcar?
—No.
Emily dejó el café, giró sobre sus tacones y salió sin más.
Albert se quedó mirando la puerta cerrarse, sintiendo una mezcla de frustración, ansiedad… y rabia. Rabia consigo mismo. Rabia con Helena. Y rabia con ese maldito tipo del café.
Abrió su celular y volvió a mirar la foto de Emily del viernes. Su sonrisa, esa mirada. Y él… ese sujeto que parecía no entender la suerte que tenía de estar ahí sentado con ella.
—¿Quién eres, infeliz? —murmuró Albert, haciendo zoom en el rostro del tipo.
Buscó la cuenta de Emily. No había etiquetas. Ni nombre. Ni pista. Nada.
Llamó a Parker, su jefe de seguridad y amigo.
—Necesito saber algo. Es personal.
—¿Algo legal?
—Técnicamente… sí.
—¿Sobre quién?
—U