El sol de la mañana se colaba por las cortinas de la suite con una luz suave y cálida. Emily despertó primero, con la incómoda sensación de haber dormido en la cama más grande del mundo… sola. Se incorporó, mirando de reojo hacia el sofá.
Albert seguía ahí. Dormido. Despeinado. Con una manta que apenas le cubría los pies y una expresión tan vulnerable que parecía de otro planeta.
Se levantó sigilosamente, fue al baño y al salir… él ya estaba de pie. Sin camisa. De nuevo.
—¡Por el amor a los filtros visuales, ¿qué le cuesta ponerse una camiseta?! —dijo Emily, cubriéndose los ojos con las manos.
Albert rió mientras se abotonaba lentamente una camisa azul claro.
—Pensé que ya te habías acostumbrado.
—Estoy a medio segundo de presentar una queja ante Recursos Humanos.
—Buena suerte explicando que me demandaste por exceso de cuadros.
Decía mientras se tocaba sus abdominales y Emily quería salir corriendo pero bajonsus manis detuvo sus ojos al final de la uve que llevaba esos cuadritos hast