Soto rugió y lanzó un codazo hacia atrás, golpeando a La Cobra en la boca del estómago. Ella jadeó, perdiendo el aire, pero no soltó su agarre.
La pelea en el pequeño y húmedo baño fue corta, brutal y sucia. Soto era más joven, entrenado en combate militar y mucho más fuerte. La cobra era vieja, estaba cansada, pero peleaba con la desesperación de quien defiende a su cría.
Soto logró ponerse de pie, sacudiéndose a La Cobra como si fuera un insecto molesto.
—¡Vieja estúpida! —gruñó Soto, levantando el puño para un golpe final que le rompería el cráneo.
La Cobra sabía que no podía ganar a golpes. Miró a su alrededor. Vio el carro de limpieza que alguien había dejado olvidado en la esquina de la celda días atrás.
Se agachó, esquivando el puño de Soto que rompió un azulejo de la pared. Agarró una botella de desinfectante industrial concentrado.
—¡A ver si esto te limpia la conciencia! —gritó La Cobra.
Apretó la botella con fuerza, lanzando un chorro de líquido químico directo a los ojos d