La sombra de Soto se cernió sobre Valentina, la luz de su linterna clavándose en el rostro de ella.
—¿Y... qué es eso que tiene en el puño? —preguntó Soto, acercándose lentamente, su mano rozando la funda de su arma.
El pánico se apoderó de Valentina, pero sabía que un gesto impulsivo la delataría y condenaría a Fernando. La nota en su mano era una sentencia de muerte. Tenía que deshacerse de ella.
Rápida como un relámpago, pero con un control físico aprendido en años de autodefensa, Valentina no dudó. Llevó el puño a la boca y se tragó la pequeña porción de papel y plástico, sin masticar, en un movimiento seco y brutal.
Soto parpadeó, completamente desconcertado por el acto.
—¡¿Qué diablos...! ¡¿Qué hizo?!
Valentina comenzó a toser histéricamente, agarrándose la garganta, con lágrimas forzadas brotando de sus ojos.
—¡Nada! ¡Señor Soto, nada! —jadeó, forzando la voz para que sonara desgarrada y débil—. ¡Vi una araña! ¡Una enorme! Pensé que me había subido a la boca. ¡Casi me asfixia d