Valentina se giró y vio a Beatriz, con el rostro enrojecido por la ira y los ojos inyectados en sangre.
El mayordomo, al ver a la señora de la casa, hizo una reverencia y se retiró discretamente, dejándolas solas.
Beatriz se acercó a Valentina con paso firme, con una mirada que destilaba odio y desprecio.
—Así que aquí estás —dijo con voz venenosa—. Creí que te habías marchado para siempre.
Valentina bajó la mirada, sintiéndose pequeña e insignificante.
Beatriz la examinó de arriba abajo, con una sonrisa burlona.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con desprecio—. ¿Acaso crees que tienes algún derecho sobre Nicolás?
Valentina no respondió.
Beatriz se acercó aún más, invadiendo su espacio personal.
—No te equivoques, querida —susurró con voz amenazante—. Puede que Nicolás te haya comprado por una noche, pero ahora yo soy su esposa. Y esta es mi casa.
Beatriz la empujó con fuerza hacia el interior de la habitación, haciéndola tropezar. Valentina cayó al suelo, sintiendo el impacto contra el frí