El coche policial se deslizó por las calles de la ciudad, un torbellino de luces rojas y azules que contrastaba con la oscuridad de la noche. Valentina estaba sentada en la parte trasera, con las esposas apretándole las muñecas. El shock había pasado, dando paso a una furia helada.
Ya no era solo la rabia contra los Ferrán. Era la traición total de Nicolás Valente. Él no era un aliado en la sombra, sino el arquitecto de su perdición. Recordó la última imagen: su rostro impasible, la sangre de Beatriz en su traje, y la promesa susurrada: "Pronto, te sacaré de la oscuridad".
Él me quiere presa, para ser mi único salvador, comprendió Valentina. Su plan no era solo venganza, sino posesión total.
Al llegar a la comisaría, fue llevada a una sala de interrogatorios fría y con olor a humedad. La acusación era grave: Homicidio calificado de la señora Beatriz Valente y hurto (por la llave y el revólver).
El interrogatorio duró horas. Los oficiales ya tenían un móvil claro, un arma clara y un te