2

Barbara respiró profundo, dejando la foto a un lado y regresando a la conversación que estaba teniendo con Connor.

—Jamás me vuelvas a proponer algo tan asqueroso.

—Barbara, piénsalo bien —dijo Connor, tratando de mantener la calma, aunque su voz vibraba con una rabia contenido, como si debajo de esa voz contralada se ocultara una tormenta a punto de estallar—. Sabes que no hay otra manera de conseguir ese dinero sino es entregándote a mí.

Ella apretó el teléfono con fuerza contra su oído, sintiendo que sus manos temblaban y que la piel se le erizaba por completo. Sus ojos no se apartaban de la caja negra sobre la mesa del comedor, la misma que había encontrado apenas minutos antes, oculta sin remitente. Aún estaba abierta, y dentro, la fotografía amarillenta parecía mirarla con reproche, con un reclamo silencioso.

—Yo no me robé ese dinero, Connor —respondió con voz firma, pero cargada de agotamiento—. Y no lo pagaré. Así que te puedes ir al infierno con tu estúpida propuesta.

Un silencio pesado lleno la línea. El aire parecía volverse más denso, como si las paredes de la habitación se cerraran lentamente sobre ella. Entonces, Connor continuó, con un tono frío, amenazante, despojando cualquier atisbo de humanidad de sus palabras.

—No te conviene rechazar a un hombre con mi poder, Barbara. No solo por lo que pueda darte, sino por todo lo que puedo quitarte.

Ella frunció el ceño, intentando contener el nudo que le apretaba el pecho y que amenazaba con cortarle la respiración.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó, en una mezcla de odio y tristeza—. No me sorprendería que todo esto sea solo una de tus estrategias para arrastrarme a la cama.

Connor soltó una risa baja y amarga que se filtró a través del teléfono, como el sonido de un depredador disfrutando del miedo de su presa.

—No soy el responsable de esto, Barbie, pero si tengo el poder suficiente para hacer que esta situación mejor, o para hundirte en la miseria más profunda. Tú decides.

Barbara sintió que el peso de aquellas palabras era una amenaza tangible, una cuerda al cuello que la apretaba sin misericordia.

Quiso responder, pero de repente un ruido la distrajo: su teléfono vibró en el bolsillo. Miró la pantalla y vio un mensaje de texto desconocido, sin remitente, con una única frase que le heló hasta los huesos:

«No olvides quien realmente te está mirando».

Ella ignoró aquel mensaje.

—Connor —dijo, tratando de mantener la voz firma, aunque sentía que se le quebraba—, no soy un objeto para que me uses a tu antojo. No tienes el derecho a jugar ni con mi vida, ni con mi dignidad.

La voz de Connor se suavizó.

—Barbara… solo quiero ayudarte.

—¿Ayudarme? ¡Solo quieres alimentar tu ego! —se burló, con un hilo de voz y un amargo sabor en la garganta—. No quiero tu dinero, ni tus mentiras, ni tus amenazas. No soy una marioneta y no podrás manipularme.

—Te arrepentirás —amenazó él, la voz tensa, la furia ardiente—. Te lo juro.

Un gruñido furioso fue lo ultimo que ella escuchó antes de que la llamada se cortara abruptamente.

Barbara dejó caer el teléfono sobre la mesa, sintiendo como el aire le faltaba y el corazón le latía con violencia. Sus ojos se clavaron en la fotografía, que sostenía con fuerza. Allí estaba él, observándola desde el pasado con una mirada que parecía atravesarla.

Ella se rompió en lágrimas, pero el episodio no se prolongo por demasiado tiempo. Ella sabía que tenía que ser fuerte, que no podía dejarse vencer, que no podía darse el lujo de ceder.

Que debía de encontrar la manera de sobrevivir a aquello y de limpiar su nombre, de enfrentarse a los fantasmas que la acechaban en todas partes, pues sabía que la guerra apenas comenzaba.

Connor estaba tan furioso que sabía que todo aquello no terminaría allí.

Tomó el teléfono del suelo y marcó el número de la prensa, sin vacilar.

No le gustaba verla sufrir, aunque se engañara pensando que disfrutaba con su caída, pero si debía empujarla al limite para que cediera, lo haría sin dudarlo.

—Paola, te habla Connor Anderson, quiero hablar sobre la situación de Barbara Smith —dijo con voz firme, midiendo cada palabra.

—Claro, señor Anderson. ¿Le gustaría contribuir a la noticia? ¿Fue usted victima de la susodicha? —preguntó la periodista, atenta.

Connor dudó un instante, luego afirmó con voz segura.

—Sí, lo fui.

Desde la línea se escuchaban las teclas mientras Paola escribía rápidamente.

—¿Puede darme más detalles?

Connor inhaló profundo y comenzó su relato fabricado.

—Hace unos días, Barbara Smith vino a mi casa, ofreciendo sus servicios como bailarina exótica.

—¿Así que aún sigue con ese “trabajo”? —preguntó Paola, sorprendida.

—Sí —mintió con desprecio—. Lo hace y al mismo tiempo era maestra en la escuela en donde se robó el dinero.

—Continúe, señor Anderson.

—Estoy seguro de que es culpable.

—¿Por qué lo dice?

—Cuando vino a bailar a mi casa, se robó la billetera y las pertenencias de mi abuela fallecida —añadió, disfrutando sus mentiras.

—Es una mujer despreciable.

Connor tragó saliva, una sombra de duda pasó fugaz por su mente, pero ya no había vuelta atrás.

—Lo es —afirmó con dureza.

—¿Algo más para agregar?

—Quiero que este mensaje sea anónimo.

—Nadie sabrá que fue usted.

—Y también… quiero que se mencione al padre como implicado.

—¿Se refiere al padre enfermo de Barbara Smith?

Connor suspiró, arrepentido.

«Perdóname, amor. Pero eso es para el bien de ambos».

—Sí.

—De acuerdo, mañana las noticias serán bombardeadas con esta información.

Connor colgó y permaneció en silencio casi una hora, atormentado internamente.

No quería hacerle daño, pero no conocía otra manera de que ella volviera a él.

Si ella no quería por amor, él la obligaría… de la forma que fuera.

Porque de una forma u otra, Barbara sería suya otra vez.

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