COMPRADA POR EL MAGNATE
COMPRADA POR EL MAGNATE
Por: Cuevasb09
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Ella había llorado tanto que temía que de sus ojos no salieran más lágrimas, sino sangre.

El ardor punzante que sentía en los parpados era resultado de días sin descanso, noches sin consuelo y madrugadas plagadas de desesperanza.

Había gritado tanto defendiendo su inocencia que su voz se había transformado en su susurro ronco, apenas reconocible, pero nadie quería escuchar a una mujer con una reputación marcada por su pasado.

Barbara sabía que palabra valía menos que el polvo.

A pesar de que todas las pruebas demostraban que lo contrario, la ciudad entera la señalaba como culpable. Para la opinión pública, Barbara ya había sido juzgada y condenada.

El escarnio era absoluto. Arrojó su teléfono al suelo con fuerza y después lo pateó, como si de ese modo pudiera deshacerse de todos los mensajes e insultos y amenazas que había recibido durante las últimas horas.

Ni siquiera su propio abogado parecía confiar plenamente en ella. Y eso la destrozaba.

Se dejó caer en el sofá como una muñeca rota.

Encendió la televisión buscando distracción, un mínimo respiro, pero lo primero que apareció fue su rostro en pantalla, distorsionado por los titulares sensacionalistas que la catalogaban como una criminal.

Un demonio con cara de ángel. Una ladrona sin escrúpulos.

—Esto no puede estarme pasando… —murmuró, llevándose las manos al rostro, avergonzada.

Anhelaba despertar de esa pesadilla que había transformado su vida en un infierno. Su sueño de trabajar en una escuela para niños con discapacidades se había hecho realidad años atrás, y siempre había utilizado cada centavo de las donaciones para mejorar la calidad de vida de sus pequeños estudiantes. Era su vocación, era su mundo.

Pero un solo rumor bastó para destruirlo todo. Bastó con que alguien mencionara que ella se había quedado con cien mil dólares destinados para los niños, para que la ciudad la juzgara como una culpable sin dudar.

La directora la despidió sin siquiera darle la oportunidad de defenderse. Y como si fuera poco, su pasado como bailarina exótica resurgió de las sombras como un arma que nadie dudó en usar en su contra.

—Yo jamás haría algo así —murmuró, apretando los dientes—. ¡Jamás!

Pero nadie la escuchaba. Nadie quería hacerlo. Ni siquiera su madre había salido a defenderla. Estaba completamente sola.

O eso pensaba.

A kilómetros de distancia, en la torre más alta de un edificio de acero y cristal, en magnate Connor Anderson reía frente a la televisión.

—Las consecuencias de rechazarme, Barbie —dijo en voz baja con una sonrisa ladeada que revelaba más crueldad que felicidad—. Ahora te tendré exactamente donde quiero.

Se puso de pie con elegancia, como si su cuerpo hubiese sido diseñado para mandar. Aunque él sabía muy bien que, si bien Barbara parecía ser una mujer fuerte, había algo en su mirada que siempre la desarmaba. Aun así, la rabia de saber que había sido rechazado por ella lo carcomía desde hacía años. Y en aquel instante, con todo aquel escandalo tenía la oportunidad perfecta para obtener su venganza.

La acusaban de haberse robado cien mil dólares. Para él, eso no era más que el precio de un reloj, pero sabía que para ella eso significaba la ruina.

—Te destruiré, mi amor —musitó, casi con dulzura.

Un leve toque en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Su sirvienta apareció para recordarle que los invitados lo esperaban abajo.

Había olvidado por completo la celebración. Su empresa acababa de posicionarse como la tercera más exitosa en ventas inmobiliarias de toda la ciudad. Un logro colosal, pero nada comparado con el sabor dulce de ver a su antigua amada desplomarse ante todos.

Bajó las escaleras, envuelto en su propia gloria. Todos creían que su sonrisa era por el éxito que tenía, pero la verdad era mucho más oscura: estaba a punto de quebrar la voluntad de la mujer que jamás había podido doblegar.

—Muchas felicidades, señor Anderson —le dijo una de sus secretarias, deslizándole la mano por el pecho.

—Gracias, cariño —respondió, con una mirada que prometía demasiado.

—¡Felicidades, hijo! —dijo su padre, abrazándolo con orgullo.

—No habría llegado hasta aquí sin ti, papá.

—Te presento a Mary, una socia de la empresa. Desea hablar contigo.

Connor apenas la miró, por como ella vestía sabía que no solo buscaba una reunión de negocios con él. Se le llevaría a la cama y la humillaría, como siempre hacía.

—Luego, ahora tengo que hacer una llamada importante.

Se alejó con su copa de vino en la mano y marcó el número que conocía de memoria. El teléfono sonó seis veces antes de que ella contestara.

—Aló.

Su voz, aunque suave, llevaba un tono quebrado, agotado, como si cada palabra le costara respirar.

—¿Quién me habla?

—Vi las noticias, Barbie.

Un escalofrío recorrió la espalda de Barbara. Solo una persona en el mundo la llamaba así.

—Connor.

—Llámame Anderson, como solías hacerlo.

—No puedo hablar ahora.

—Vi las noticias. Estás en problemas.

—Si vienes a burlarte, puedes irte al infierno.

—Te llamo para ayudarte.

—¿Ayudarme? Tú no sabes ni como ayudarte a ti mismo, enfermo.

—Hablas mucho para alguien que no tiene como pagar su deuda.

—¡Yo no robé nada, fui incriminada!

—Lo sé, al menos lo supuse, pero los demás no. Y mientras tanto, estás sola, arruinada y desesperada.

—Voy a limpiar mi nombre.

Él alzó una ceja, como si ella pudiera verlo.

—Te daré los cien mil dólares mañana mismo.

Barbara tragó saliva con dificultad.

—¿Y qué quieres a cambio?

—Tu cuerpo.

La frase quedó suspendida en el aire como una amenaza. Como una sentencia.

—¿Qué… qué dijiste? —preguntó, sintiendo como el estómago se le revolvía.

—Un mes conmigo. En mi casa, en mi cama. Todo ese tiempo serás mía. Después de eso, tendrás el dinero y podrás desaparecer. Nadie sabrá jamás que yo te lo di.

Barbara sintió que el mundo se le venía encima. Su dignidad, su integridad, su alma misma se veían amenazadas por aquella propuesta indecente. Pero también sabía que si no aceptaba, no solo podría terminar en la cárcel, sino que jamás volvería a pisar una escuela como maestra.

—¿Qué dices, Barbie?

Ella abrió la boca para responder, pero entonces en ese mismo instante, el timbre de su casa sonó con urgencia. No una, ni dos, sino cinco veces seguidas.

Se levantó lentamente, como si su cuerpo pesara toneladas. Caminó hacia la puerta con el teléfono aún en la mano, mientras Connor, del otro lado de la línea, no decía ni una palabra.

—¿Quién… quien es? —preguntó con voz temblorosa.

Del otro lado no respondieron.

Volvió a preguntar, pero solo el silencio contestó.

Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, giró la perilla y abrió la puerta de golpe…

Pero no había nadie.

Solo una pequeña caja negra colocada cuidadosamente frente a la entrada.

Barbara miró a ambos lados de la calle, pero no vio ni un alma, la calle estaba desierta.

Se agachó, tomó la caja con manos temblorosas y cerró la puerta con rapidez.

La colocó sobre la mesa del comedor, como si temiera que pudiese explotar.

No tenía remitente. No tenía notas. Solo un lazo rojo atado con una perfeccion enfermiza.

Respiró hondo, desató el lazo y levantó con cuidado.

Dentro, había algo que hizo que sus piernas flaquearan.

Un sobre manilla.

Con su nombre escrito a mano…

Y dentro de este, una fotografía antigua.

Tan antigua que juraría haberla olvidado por completo.

Pero allí estaban…

Ella.

Su madre.

Y él.

Un hombre que había jurado no volver a ver nunca jamás.

Un hombre del que Connor apenas tenía idea.

Un secreto que había enterrado hace años.

Y en el reverso de la foto… una sola palabra escrita con tinta negra:

«Recuérdame».

Barbara dejó caer la caja al suelo.

Connor aun en la línea, la escuchó jadear.

—¿Qué ocurre, Barbie? ¿Qué fue eso?

Pero ella no respondió.

Su mirada estaba clavada en la fotografía.

Y en los fantasmas que esta acababa de resucitar.

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