La pregunta la dejó helada, como si un balde de agua gélida le hubiese recorrido la espalda. Aunque lo esperaba, aunque sabía en lo más íntimo de sí misma que él sacaría aquel tema tarde o temprano, no dejó de estremecerse al escucharlo. La certeza de que sus labios pronunciarían esas palabras no la preparó para el impacto brutal que le causaron.
—Por favor, no hablemos de eso.
Su súplica sonó quebrada, frágil, como un cristal a punto de resquebrajarse. Pero Connor no era hombre de compasión. Su mirada, dura y fija sobre ella, se convirtió en un filo invisible que cortaba cada resquicio de su resistencia.
—¿Crees que todo esto estuviera pasando si hubieses aceptado a mi primera propuesta?
El corazón de Barbara se agitó con furia. La sangre le subió de golpe, tiñendo sus mejillas de un rubor que no era pudor, sino una mezcla de rabia y humillación. Gruñó, como un animal acorralado, incapaz de contener la indignación que ardía en su pecho.
—¿Te refieres a la primera propuesta en la que