Mundo ficciónIniciar sesiónSofía despertó en una cama que no conocía. Sábanas de seda negra, demasiado grandes, demasiado caras. El cuerpo le dolía en sitios que nunca había imaginado. Entre las piernas un ardor constante le recordaba cada embestida de la noche anterior, cada insulto susurrado mientras él la usaba como si fuera un objeto roto.
Se incorporó despacio. Estaba desnuda. Alguien —él— le había quitado hasta la ropa interior mientras dormía. A la luz del día que se filtraba por las cortinas blindadas, se sintió más fea que nunca: los rollitos laterales marcados por la posición en que durmió, las piernas flacas llenas de morados de dedos, el cabello oscuro hecho un desastre sobre sus hombros anchos y cuadrados. Intentó cubrirse con la sábana, pero la puerta se abrió de golpe sin golpear. Viktor entró vestido de traje negro impecable, como si no hubiera dormido o como si el sueño fuera un lujo que no necesitaba. En la mano traía un contrato grueso y una pluma de oro que brillaba como una amenaza. —Levántate —ordenó sin mirarla directamente, dejando los papeles sobre la mesita de noche—. Firma y te doy ropa. Si no… te saco desnuda a la calle y tu familia paga hoy mismo. Sofía se cubrió mejor con la sábana, las mejillas ardiendo de vergüenza. Él soltó una risa seca, fría como el mármol del suelo. —¿Ahora te da vergüenza? Anoche no te cubrías tanto cuando llorabas con mi amigo dentro. Ella se sonrojó hasta las orejas, las lágrimas picando de nuevo. Tomó la pluma con manos temblorosas y firmó sin leer una sola línea. ¿Para qué? Sabía que no había salida, que cada palabra era una cadena más. Viktor guardó el contrato y finalmente la miró. Sus ojos grises la recorrieron con el mismo desdén de siempre, deteniéndose en los rollitos que asomaban por encima de la sábana, en las piernas flacas que no llenaban espacio alguno. —Te doy una semana de prueba —dijo con voz helada—. Vives aquí. En mi casa. Haces lo que yo quiera, cuando yo quiera. Después decido si vales más que el millón que me debía tu padre… o si te echo como la basura que eres. Sofía tragó saliva, la voz apenas un susurro. —¿Y mi madre? ¿Las medicinas? —Pagadas —respondió él con indiferencia, como si hablara del clima—. Por ahora. Todo el tratamiento en el mejor hospital. Pero si me desobedeces… se acaba. Ella asintió, bajando la mirada. Viktor chasqueó los dedos y una empleada entró con una bolsa de ropa cara. Un vestido negro ajustado, tacones altos, lencería de encaje que parecía ridícula para su cuerpo cuadrado. —Vístete —ordenó—. Esta noche hay una gala. Los jefes de la bratvá vienen a celebrar un negocio. Vendrás conmigo. Y te portarás bien, gordita. O todos verán lo que traje a casa por error. Sofía se vistió en el baño adjunto, temblando. El vestido era hermoso… pero le quedaba mal. Marcaba los rollitos laterales como si fueran defectos gritones, hacía que sus caderas rectas parecieran una caja mal envuelta, que sus hombros anchos se vieran aún más toscos. El escote dejaba ver poco, pero lo suficiente para que se sintiera expuesta. Los tacones la hacían tambalear; sus piernas flacas no estaban hechas para eso. Cuando salió, Viktor la esperaba impaciente. La miró de arriba abajo y soltó una carcajada cruel. —Mírate —dijo, acercándose para ajustarle el vestido con dedos que apretaban más de lo necesario—. Pareces una sirvienta que robó el armario de la señora. Ese vestido cuesta más que la casa de tu padre… y tú lo haces ver barato. Sofía quiso desaparecer. Pero él la tomó del brazo —fuerte, posesivo— y la arrastró al ascensor privado. La gala era en el salón principal de la mansión, un espacio enorme con candelabros de cristal y mesas llenas de vodka, caviar y hombres con cicatrices. Mujeres rusas altas y delgadas circulaban como diosas: rubias perfectas con cuerpos esculpidos, vestidos que caían como agua sobre curvas ideales. Ellas miraban a Sofía con curiosidad… y luego con burla. Viktor la presentó como “mi nueva adquisición”, sin nombre, sin importancia. Los hombres rieron, alzando copas. Una ex suya —Anastasia, alta como un modelo, rubia platino y con un cuerpo que parecía tallado— se acercó con una sonrisa venenosa. —Viktor, cariño —dijo en ruso, besándolo en las mejillas demasiado cerca de la boca—. ¿Esta es la nueva? Pensé que tenías mejor gusto. Él sonrió, pero sus dedos apretaron más el brazo de Sofía. —Es temporal —respondió en inglés para que ella entendiera—. Un capricho. Algo para divertirme mientras encuentro algo… mejor. Las risas estallaron alrededor. Sofía sintió las lágrimas quemar, pero las contuvo. Anastasia la miró de arriba abajo, deteniéndose en los rollitos que el vestido no podía esconder. —Pobrecita —dijo con falsa lástima—. Debe ser duro estar al lado de alguien como Viktor cuando una es… así. ¿No te da vergüenza, latina? Con ese cuerpo tan… común. Viktor no la defendió. Al contrario, soltó una risa y brindó con Anastasia. —Vergüenza debería darme a mí —dijo alto para que todos oyeran—. Pero a veces uno se conforma con lo que hay. Sofía se excusó al baño, corriendo casi. Se encerró en un cubículo y lloró en silencio, mirando su reflejo: fea, fuera de lugar, humillada frente a desconocidos. Pero cuando salió, Viktor la esperaba en el pasillo oscuro. —¿Huyendo? —susurró, acorralándola contra la pared—. Te dije que te portaras bien. La besó con rabia, mordiendo su labio hasta sacarle sangre. Sus manos subieron el vestido, apretando los rollitos con desprecio. —Me das asco aquí delante de todos —gruñó contra su boca—. Y aun así te deseo. ¿Qué m****a me pasa? La tomó ahí mismo, rápido y brutal, contra la pared del pasillo donde cualquiera podía pasar. Sofía sollozó, pero su cuerpo traicionero respondió. Cuando terminó, él se apartó como si quemara. —Vuelve a la gala —ordenó, arreglándose el traje—. Y sonríe. O mañana tu madre paga. Regresaron al salón como si nada. Anastasia los vio entrar, notando el cabello revuelto de Sofía, el labio hinchado. Sonrió triunfante. Pero Viktor no la miró más a ella. Sus ojos grises estaban fijos en Sofía, con una mezcla de odio y algo que ni él entendía. Horas después, en la habitación, Sofía se quitó el vestido con manos temblorosas. Viktor entró sin golpear, vodka en mano. —¿Te divertiste viéndome humillada? —preguntó ella por primera vez con voz firme, lágrimas en los ojos. Él se acercó lento, la telaraña tatuada brillando bajo la luz tenue. —¿Humillada? —repitió, tomando su barbilla con fuerza—. Eso fue solo el principio, gordita. Mañana viene lo bueno… cuando te presente como lo que eres: mi error favorito. Sofía lo miró fijo, el odio brillando por primera vez. —¿Y si un día me canso de ser tu error, Viktor? ¿Qué harás entonces? Él sonrió, pero algo en sus ojos vaciló.






