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Capítulo 2: Lo que nadie más tocaría.

Sofía temblaba sentada en la mesa de mármol frío, solo en ropa interior blanca que parecía sacada del supermercado. El vestido blanco yacía en el suelo como una bandera de rendición barata.

Viktor la observaba de pie, con los brazos cruzados. Sus ojos grises la recorrían como si estuviera buscando el defecto que justificara tirarla a la calle y matar al padre de todos modos.

Hombros anchos, casi masculinos. Espalda recta y cuadrada, sin esa curva elegante que tenían sus amantes habituales. Rollitos laterales que se desbordaban apenas sobre el elástico de las bragas. Caderas rectas, sin forma de guitarra latina que él odiaba admitir que le gustaban en secreto. Piernas flacas, delgadas como de adolescente desnutrida, y un trasero tan pequeño que casi desaparecía cuando se sentaba. Cabello castaño oscuro cayendo lacio y sin vida sobre esa cara común, piel morena opaca que no brillaba bajo ninguna luz.

Era… repulsiva.

Y aun así, su entrepierna palpitaba como nunca.

—Quítate todo —ordenó con voz ronca de desprecio—. Quiero ver exactamente por lo que me estoy conformando.

Sofía dudó un segundo. Las lágrimas corrían silenciosas por sus mejillas. Con manos temblorosas se desabrochó el sujetador sencillo y lo dejó caer. Sus pechos generosos pero flácidos, sin silicona ni perfección, cayeron pesados con gravedad real. Luego las bragas. Quedó completamente desnuda, intentando cubrirse con los brazos.

—No te cubras —gruñó Viktor, acercándose—. Si vas a ser mi pu*ta por una noche, al menos enséñame la mercancía completa.

Ella bajó los brazos. Viktor dio una vuelta lenta alrededor, como un comprador en un mercado de ganado. Tocó con un dedo la espalda cuadrada, sintiendo la piel cálida pero sin esa suavidad de modelo. Presionó uno de los rollitos laterales y lo apretó con asco fingido (o no tan fingido).

—Mira esto —dijo casi para sí mismo—. Gordita sin serlo del todo. Ni flaca ni curvilínea. Solo… mal hecha.

Sofía sollozó bajito.

—¿Por qué lloras? —preguntó él con crueldad—. ¿Porque sabes que eres fea? ¿O porque nadie te ha tocado nunca por eso mismo?

La tomó del brazo y la bajó de la mesa de un tirón. Ella tropezó, sus piernas flacas apenas sosteniéndola. Viktor la empujó contra el sofá de cuero negro y la obligó a arrodillarse.

—Abre la boca —ordenó mientras se desabrochaba el cinturón con una sola mano.

Sofía obedeció, aterrorizada. Él sacó su masculinidad con esplendor—se podrían imaginar a la bestia, con relieve, raíces como las de un árbol, con esa crueldad rusa que no pedía permiso— y lo rozó contra sus labios.

—Nunca has hecho esto, ¿verdad? —susurró con sorna—. Se nota. Eres tan… inútil.

Empujó despacio, llenándole la boca hasta que ella tosió. Viktor cerró los ojos un segundo. Era cálida. Torpe. Real. Y eso lo enfurecía más, porque ninguna de sus amantes perfectas lo había puesto así de loco con solo existir.

La tomó del cabello castaño oscuro y empezó a moverse, lento al principio, disfrutando cada lágrima que caía por las mejillas de ella. Cada vez que llegaba al fondo, sentía los rollitos de su espalda temblar contra sus muslos.

—Traga —ordenó cuando sintió que venía—. Todo. Ni una gota fuera o tu familia paga.

Sofía intentó, tosiendo, tragando lo que podía. Cuando Viktor terminó, se apartó y la miró desde arriba, limpiándose con un pañuelo de seda que sacó del bolsillo.

—Patética —dijo, pero su voz ya no era tan fría.

La levantó del suelo como si no pesara nada y la tiró sobre el sofá boca arriba. Se quitó la camisa, dejando ver el pecho tatuado, músculos marcados por años de violencia. Se colocó entre sus piernas flacas y las abrió sin cuidado.

—Ahora lo importante —murmuró, rozando su envoltura intacta, su templo—. Vas a sangrar, gordita. Y va a dolerte. Pero después de esta noche… ya no serás virgen. Serás solo mía. Aunque me arrepienta mañana.

Empujó de una vez, rompiendo la barrera. Sofía gritó, arqueando esa espalda cuadrada que a él tanto le repugnaba… y tanto lo obsesionaba. Viktor se quedó quieto un segundo, sintiendo lo apretada que era, lo real.

Y empezó a moverse. Brutal. Sin piedad. Cada embestida era un insulto silencioso: “esto es lo que te mereces por ser como eres”.

Pero entre el asco y el desprecio, algo crecía. Algo que Viktor Ivanov nunca había sentido por nadie.

Posesión absoluta.

Cuando terminó dentro de ella por segunda vez, se quedó encima, aplastándola con su peso. Su boca cerca de la oreja de Sofía.

—Firma el contrato mañana —susurró ronco—. Pero ya no es por una noche. Ahora eres mía hasta que me canse. Y algo me dice… que eso no va a pasar nunca.

Sofía lloraba en silencio, con el cuerpo dolorido y el corazón hecho pedazos.

Pero entre el dolor… sintió algo más. Algo que la aterrorizaba aún más que él.

Cuando se quedó sola y triste, lágrimas le corrían por sus mejillas. —Por qué la vida es tan injusta? —murmura con angustia secándose las lágrimas, ni siquiera quería ver el reguero que quedó en el sofá, la mancha de la pérdida de la inocencia, un dolor agudo que quedará grabado en su cuerpo y en su mente.

—Nunca, pero nunca pienso perdonar a este hombre... solo debo ser fuerte, y aguantar todo lo que pueda. —se juró así misma con una mano en el corazón, lo haría por su familia, su padre, su madre, y rezará por que algún día sea libre de estas cadenas invisibles que la atan.

luego de llorar por un largo rato más, quedó tan exhausta que se quedó dormida en aquel mullido sofá en donde fue reclamada por primera vez, dentro de su tumultuoso sueño, se seguía prometiendo que luchará, luchará para salvarse de ese desalmado.

_____

Por otro lado, Viktor se sentó en su escritorio con una sonrisa de triunfo y orgullo, se sirvió un botella de whisky revolviendo el líquido ámbar.

—Esto será divertido. —se dijo así mismo mientras pensaba en las maneras que podía hacerle la vida imposible a Sofía.

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