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Pablo condujo alrededor del pueblo varias veces, pero después de veinte minutos concluyó que se esforzaba en vano: Aikaterina no aparecía por ningún lado. Estacionó cerca a la playa, descendió de su vehículo pensando en echar una mirada en los alrededores y no dudó en abordar al teniente Williams al verlo caminando tranquilamente por el camellón.

–Teniente Williams, ¡es un lindo día!

–¡Pablo!…, así es, pero no creo que se puedan comparar con los de tu país –respondió el teniente sin dejar de caminar.

–No creas, eso en las ciudades de las costas, pero en la mía no disfrutamos de nada de esto –dijo Pablo, caminado a su lado.

–Bueno, me imagino que las grandes ciudades son una historia diferente –dijo Williams, en quien se podía percibir cierto aire de melancolía.

–¿Y cómo va todo? –preguntó Pablo de manera casual.

–Bien, en general, ¿tú cómo vas?

–Ocupado en mis escritos, pero decidí salir a tomar un poco de aire fresco y buscar algo de inspiración…,
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