Lentamente, llevando una velocidad menor a la de alguien conduciendo una bicicleta, Pablo recorrió los cinco kilómetros entre el pueblo y el faro con su mirada concentrada en los bordes de la carretera, las zanjas y los terrenos aledaños, en busca de cualquier pista del paradero de Aikaterina. La joven griega habría podido utilizar el camino de la playa para regresar, aunque si mal no recordaba, gracias a haberlo recorrido al trote, en compañía de Marize , este era mucho más largo. Sin embargo, su búsqueda fue infructuosa y algunos minutos más tarde se encontró aproximándose a los terrenos adyacentes a la casa del faro. A la distancia divisó a Aileen, sentada sobre el césped del pequeño antejardín, quien no demoró en ponerse de pie y acercarse rápidamente hasta el vehículo, todavía en movimiento.
–Pablo, ¿qué pasó?, ¿pudiste averiguar algo? –preguntó ella, la preocupación latente en su rostro.
–Sí, la liberaron esta mañana, alrededor de las nueve. Hablé con Martín y con Will