Una presa de pollo con un poco de arroz, más la verdura que no podía faltar, fue el menú preparado por Pablo para su almuerzo. Sus habilidades culinarias estaban progresando y seguramente sería un error tratar de compararlas con las de hace unos años, cuando decidió mudarse a un apartamento en donde no tendría que aguantar los reclamos y las exigencias de absolutamente nadie. Después de siete años, tres diferentes viviendas y tres novias, quienes poco le aportaron con la excepción de algunos momentos divertidos, llegó a la conclusión, por vigésima quinta vez en los últimos dos años, que era hora de dejar de cocinar para una sola persona, que era necesario olvidar la opción del gato o el perro, típicos acompañantes de quienes viven solos, y que era el momento de empezar a mirar con seriedad cuál sería la bella dama encargada de compartir su nueva y acogedora vivienda. Se trataba de la pregunta del millón, con la cual venía lidiando desde hacía días sin encontrar respuesta, y por