–¿Qué te parece si nos las tomamos afuera? –preguntó Aileen al sentir en su mano el frio de la lata recién sacada de la nevera.
Sin abrir la boca, Pablo la tomó de la mano y la codujo hacia la salida de la casa. Se puso los zapatos y cuando abrió la puerta sintió como el calor del día se había quedado a pasar la noche. Caminaron en silencio por algunos metros en dirección al borde del acantilado, disfrutando de una luna que escondía la mitad de su cara, y de miles de estrellas tratando de brillar por encima del rayo despedido por el faro. Era consciente de estar empezando a vivir una nueva experiencia en absolutamente todos los aspectos. Aunque su país de origen ofrecía paisajes espectaculares, nunca habría podido encontrar allí el conjunto de cosas que ahora estaba disfrutando. El mar, los acantilados, el faro con su rayo de luz, su acogedora vivienda, y la compañía de una hermosa griega lectora del tarot, formaban un mundo para nada fácil de encontrar, y el cual ahora, gr