—No es lata, Luciana. ¡Me encanta! —bromeó con una carcajada baja—. Dame chance de sentirme caballeroso.
Revisó el reloj; el mediodía se acercaba.
—Salgo ya. ¿Te busco en el hospital o en el hotel?
—En el hotel. Y maneja con calma; te sobra tiempo.
—Sí, doctora —respondió en tono juguetón.
Cortó con una sonrisa que no podía quitarse. ¿Eso fue… preocupación? Cierto o no, el comentario le alegró la mañana. Guardó el móvil, tomó las llaves y llamó a su asistente:
—¡Sergio!
—Aquí, Alejandro.
—Voy a Reeton. Encárgate de la agenda de la tarde.
—Entendido.
Alejandro salió a toda velocidad rumbo a la autopista. Llegó a Reeton antes de lo previsto; en vez de ir directo al hotel se plantó en el hospital y aguardó hasta las dos para recogerla.
—¿No ibas a esperar en el hotel?
—Se me adelantó la hora. Así caminas menos —explicó mientras le tomaba la mano.
Luciana no respondió; aceptó el gesto sin más. Recogieron su maleta en el hotel y enfilaron de regreso a Muonio.
Al pasar por una zona comercial