Apenas llegó a su despacho, Alejandro dio la orden:
—Sergio, que Simón salga ahora mismo rumbo a Reeton.
—Enseguida.
—Dile que lo haga con discreción —añadió—. No quiero que Luciana se entere.
Aún no sabían quién estaba detrás; si ella llegaba a saberlo, viviría en vilo. Mejor mantenerla tranquila hasta entender la magnitud del riesgo.
—Entendido.
Sergio colgó, no sin pensar que Alejandro cuidaba a Luciana con una dedicación absoluta; parecía empeñado en envolverla en papel burbuja.
***
Aquella misma noche, en Reeton
Luciana recibió la llamada de Alfonso, el investigador privado.
—¿Y bien?
—Lo siento —admitió él—. No pudimos rastrear al titular de la cuenta.
No era sorpresa: se trataba de un fondo anónimo en el extranjero con apenas dos movimientos. No era cuestión de capacidad, sino de jurisdicción.
—¿No hay nada más que hacer? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Alguna alternativa hay —respondió Alfonso—. Nada del otro mundo, pero podría funcionar.
—¿Cuál?
Él le explicó su idea paso a pa