¿Volverías al primer amor? Luego de un corto matrimonio, el esposo de Livy muere a manos de un aparatoso accidente. Y ella termina encontrándose con Demián Daniels, un dominante mafioso con quien tuvo un intenso romance, y quien aún la ama. ¿Podría ese frio hombre haber terminado con la vida de su esposo con tal de tenerla de vuelta? ¿O quizás hay alguien más detrás de todo?
Leer másMe volví rápidamente, abandonando la terraza a toda prisa, sin despedirme o siquiera mirar atrás. Entré apresuradamente a la casa y caminé entre los invitados sin saber a dónde iba, solo buscando distanciarme de Randall. Escuchaba las conversaciones y las estruendosas risas, el tintineo de las copas al brindar, la suave música clásica. Recorrí la casa, como si tuviera prisa por llegar a algún lado, pero solo recorría los salones mientras mi mente vislumbraba ese auto lujoso, exclusivo, costoso... Un Rolls Royce. Y solo conocía a un hombre con un auto como ese. Era su sello personal. Una parte de sí mismo. Me detuve en un salón vació y suspiré cerrando la puerta a mis espaldas. Los muebles aún se encontraban cubiertos por sabanas y las cortinas en los ventanales seguían cerradas. Cerré los ojos y apreté fuertemente mis puños, temblaban incontrolablemente. En la oscuridad de ese salón, pensé en el único coche Rolls Royce que conocía, y en su único propietario. Solo era capaz de pen
—Esperaba por ti, Lizbeth —me dijo con una sonrisa amable. Observé a Randall a una distancia prudente, aun dudando de estar ahí. ¿Qué podría decirme él? ¿Qué sabía él sobre mi esposo? Inspiré entre dientes, sintiendo cómo sí el ceñido vestido negro me estuviera cortando el aliento. Hacía un poco de frío, lo notaba en mi aliento y no traía abrigo conmigo. —¿Por qué dudas? —inquirió Randall y sin más se aproximó a mí quitándose su chaqueta—. Seguro crees que te he mentido y no tengo nada qué decirte sobre ese accidente. Me colocó la prenda sobre los hombros y sin esperar mi consentimiento tomó mi rostro entre sus manos, al tiempo que en su boca se extendía una amplia sonrisa de regocijo. —¿Has estado pensando en el momento que compartimos? Yo sí, inusualmente mi mente vuelve una y otra vez a esto —dijo, llevando el pulgar a mi boca y presionando mi labio inferior—. Me gustó más de lo esperado, debo confesar. Sonrió y yo me sentí enrojecer un poco, pero no porque me gustará su
CAPITULO 11: RETAME. Después de ese enfrentamiento, nos volvimos distantes por unos días; ambos molestos con el otro, excepto en la cama. Pues, aunque me indignaba que insinuará cómo podía retenerme a su lado y a él lo tenía furioso el hecho de que yo le hubiese dicho que me iba, al final del día siempre acabábamos teniendo sexo y durmiendo juntos. No cruzábamos palabra, ni siquiera nos besábamos, pero él procuraba que yo alcanzará el clímax y yo cooperaba dejando que terminará en mí. Y cuando terminaba, me daba las buenas noches y se iba para dormir en otra habitación, dejándome con la sensación de que solo me usaba para el sexo, como en el pasado. Durante el día no estaba en casa, y sí yo quería salir, Mad siempre me acompañaba. Era como un horrible custodio que ya comenzaba a cansarme. —¿Dices que alguien provocó tu accidente? —me preguntó Isabel con escepticismo. Asentí moviendo mi bebida con la pajilla. Ella me había llamado esa mañana e invitado a desayunar, y yo me había al
Mi garganta se contraía dolorosamente con cada sollozo y notaba como el dolor me estrujaba todo el pecho. Durante un año completo había vivido culpando a la vida por habérmelo quitado, por haberse llevado a la única persona que estaba a mi lado y por haber sido tan cruel por dejarme atrás; pasé un tortuoso año sola, llorando y sufriendo por él. Había maldecido al destino por haber causado ese accidente y haberme quitado al hombre que amaba. Viví un año completo preguntándome porque a nosotros, por qué él y no otro. Él, que apenas tenía 28 años y era tal dulce conmigo, ¿por qué se había ido de esa forma tan repentina? Y ahora, ahora que comenzaba a vivir de nuevo y me resignaba a que había su partida sido inevitable por ser producto de un accidente, descubría que no era así. Me partía el alma saber que alguien me lo había quitado. —Livy, escúchame —oí decir a Demián con voz ansiosa. Negué y me aferré a sus brazos, sollozando en el suelo con el alma rota. —Solo déjame explicarte, po
¿Nuestro accidente había sido un acto provocado? No lo podía procesar, solo volvía a ese día y volvía a preguntarme cómo un horror así pudo ser causado por alguien. —¿Por qué pareces tan impresionada? —inquirió Abigail con confusión al ver cómo mi mirada se humedecía. Sin embargo, antes de poder sacarme una respuesta, otra voz intervino. —Demián ya viene —dijo la señora Mariel, al fin volviéndose y mirándonos a ambas. Efectivamente, podía oírlo descender por las escaleras. Escuchar sus pasos me hizo recuperar la compostura y rápidamente aparté la mirada para limpiarme apresuradamente los ojos. No quería que me viera llorar, menos por algo que Abigail me había revelado y de lo cual aún no sabía sí era cierto. ¿Qué pasaría se me veía llorando y descubría la razón? Es más, ¿qué me aseguraba que Abigail no estaba equivocada? Podría ser un error, debía serlo. —Lizbeth —dijo al entrar a la cocina. Me volví en su dirección con una sonrisa y salté de la silla para ir a recibirlo con
Pensé que cuando me tomará entraría en pánico y me retractaría. Que lo alejaría y le diría que aún no estaba lista para hacer algo así con él. Pero no fue así. No me arrepentí en el transcurso de esa noche, ni siquiera cuando lo hicimos por segunda vez al volver a casa. Simplemente lo abracé con brazos y piernas, mientras él me estrechaba contra sí y jadeaba en mi oído cuanto me amaba. Al alcanzar el orgasmo me estremecí de placer, con la piel perlada de sudor y el corazón acelerado. Entonces él se alzó sobre mí y apretando los dientes, se corrió mirándome a los ojos, viendo mi reacción de completa satisfacción. —Tú, pequeña, eres mi adoración —me dijo al salir de mí, besándome en la coronilla y sonriéndome cómo sí lo acabará de hacer el hombre más feliz—. Te amo, Lizbeth, como antes y aunque sea difícil de creer, aún más. Le sonreí, aun ruborizada y con las piernas un poco temblorosas en torno a sus caderas. —También te amo —le dije con una sonrisa. Me había asustado admitirlo
—Desde que volvimos a vernos, esperé escucharte decir mi nombre, como antes —dijo subiendo por mi cuerpo, hasta que nuestros rostros estuvieron al mismo nivel—. ¿Por qué esperaste tanto? ¿Por qué me castigaste llamandome con esa fría formalidad? Encima mío, noté cómo se presionaba contra mi pelvis de una forma que me hizo colorearme de rojo. —Yo... yo creo que después de tanto tiempo y ... de tantas cosas, me sentí distante de usted —confesé alzando una mano y acariciando su mejilla apenas—. Sentí que era una traidora que... que no merecía pronunciar su nombre. Cerró los parpados despacio y presionó su rostro contra mi mano, disfrutando mi tacto. Después sonrió suavemente y se inclinó para depositar un tierno beso en mis labios. Fue sutil y llenó de amor. —Tú, Lizbeth, eres única persona cercana a mí, a este nivel —dijo abriendo los ojos y tomando mi mano para llevarla a su pecho—. Y nunca, ni siquiera sabiendo que te habías casado, fuiste distante, porque nunca dejé de consider
—Odisea es mi burdel, señorita Ricci, así como cada mujer en él es mía también —dijo el señor Riva, apareciendo de la nada—. Y Gisel es mi socia mayoritaria, por eso nos conocemos. Cuando llegó hasta nosotras, se colocó al lado de su acompañante y me sonrió con amabilidad. Yo le devolví la mirada, aunque con desconfianza. Era cierto, su porte y actitud desenfadada me hacían recordar a mi esposo. Me hacían verlo en él. Pero además de eso, no podía creerle. Yo conocía al dueño de Odisea, uera n hombre maduro y desagradable que hacía casi 2 años había intentado venderme luego de asociarse con Gisel para secuestrarme. —¿Odisea es realmente suyo? Creí qué... —¿Creyó que ese viejo que administraba el burdel de esta ciudad era el dueño? —negó con diversión y sus ojos resplandecieron—. Era el director de uno de mis burdeles, solo eso, nunca le pertenecieron. Y mis mujeres tampoco —concluyó despacio, mirándome fijamente. ¿Acaso estaba al tanto de qué su director había tratado de vende
—¿Por qué has vuelto, Evelyn? ¿Ahora que tu esposo rico murió, te cansaste de aparentar ser otra persona y quieres revivir tus días como la zorra de un mafioso? —inquirió con burla, curvando sus labios rojos y mirándome con unos preciosos ojos azules, ahumados por sombras rojas que iban a juego con su vestido. Ella era una mujer muy hermosa, de curveada figura, largas piernas e impecable piel de porcelana. En otro tiempo, Gisel había sido socia y la prometida del señor Demián, habían estado cerca del matrimonio, hasta que yo aparecí. Su prometido nunca la amó, solo estaba con ella por los negocios que tenían juntos y cuando él se enamoró de mí, ella me aborreció. Me odió e hizo tantas cosas en mi contra, como planear un secuestro: razón de que yo dejará la vida del señor Demián y terminará conociendo al hombre con quién me casé. A pesar del tiempo, ella no cambiaba. —¿Por qué demonios estás aquí, Gisel? —inquirió el señor Demián colocándose entre ella y yo, protegiéndome de sus m