Si “reír para llorar” necesitaba un ejemplo, el señor Guzmán lo encarnó en ese momento.
Luciana, ofendida, guardó silencio todo el camino: ningún tema que Alejandro sacara logró romper el hielo.
Al llegar a la villa Trébol, se bajó sin esperarlo.
Él se rascó la frente—ups, estaba furiosa—y la siguió a paso corto, suplicante:
—Ya, no te enojes, fue mi culpa.
Le tomó la mano.
—Si quieres, pégame tantito para desahogarte.—
Nada. Luciana se zafó y se metió al baño.
Cuando salió, él la esperaba en la puerta; ella ni le dedicó una mirada.
—Luciana…—Alejandro se le pegó como chicle—. Pedí de Brisa de Primavera un flan de almendras buenísimo como disculpa, ¿sí?
Ella solo resopló.
Entonces, del recibidor llegaron risas infantiles: Elena volvió con Alba.
—¡Alba!
Luciana abandonó a Alejandro y corrió hacia su hija.
—¡Mamá!
La pequeña saltó a sus brazos y, entre mimos, sollozó:
—Mamá volvió… Alba te extrañó un montón.
¿Quién podía resistir el cariño de un bollito así? Luciana se derritió y la llen