Al oír ese nombre, Mónica se estremeció; Luciana no se lo perdió.
—¿En serio? ¿Vienes ahora? ¿Terminaste antes?
—Sí —respondió él—. Llego enseguida y te llevo a casa.
—Estupendo.
Cortó. Al otro lado de la mesa, los rasgos de Mónica se petrificaron.
—¿Era… Alejandro?
—Claro. —Luciana sonrió, lánguida—. ¿No escuchaste que lo nombré?
—Sí… —Mónica apretó las manos. ¿Era nervios, ilusión, rabia?
Luciana la examinó sin pudor.
—Tu cara… ¿cirugía? Te quedó aceptable.
La última vez que la vio, las cicatrices eran horribles; ahora estaban disimuladas con maquillaje, aunque todavía se notaban en el cuello.
El comentario avivó un destello oscuro en los ojos de Mónica.
—Basta de rodeos. Supe que me estabas buscando.
—Así es —respondió Luciana, llevándose el agua a los labios—. Déjame adivinar: ¿Luisa habló demasiado...?
—¿Qué pretendes? —Mónica se inclinó y apoyó las palmas sobre la mesa—. Todo esto es por lo de Fernando, ¿cierto?
Luciana perdió la sonrisa. Su mirada se afiló.
—Lo sabía —Mónica se