La cargó hasta el baño. Mientras ella se sumergía en la tina caliente, lo empujó juguetona:
—Tú no necesitas remojarte. Ve a cambiar las sábanas; quiero dormir limpio.
Él parpadeó:
—¿Me ordenas?
—Claro. ¿Qué miras? —alzó la ceja.
—Quién es el “patrocinador” y quién la “amante”, eh…
—Obvio tú eres el que paga —guiñó, coqueta—. Y el “patrocinador” consiente a su chica, ¿o no? Apúrate; luego tendrás que cargarme, las piernas no me dan.
Alejandro, sin querer, sintió que las palabras de ella sabían a miel.
—Espérame —aceptó.
Apenas salió, la sonrisa de Luciana se apagó; el cansancio y una vaga inquietud ocuparon su lugar.
***
Por la mañana, ya en el desayuno, Luciana leyó un mensaje de Luisa:
¡Gracias! El señor Guzmán y yo hicimos las paces. Retomará el proyecto.
Luciana soltó una risita muda.
—¿De qué te ríes? —preguntó Alejandro mientras se sentaba a su lado y se asomaba a la pantalla—. ¿Un meme?
—Sí, muy gracioso —contestó con ojos chispeantes. Qué hipócrita eres, pensó: anoche fuiste pó