—¡Cállate! —La mirada de la mujer era de puro odio—. ¿Crees que voy a creer tus mentiras?
—¿Qué haces? —Adrián trató de apartarla—. ¡Estás loca, suéltala!
—¿Te duele verla sufrir? —se burló ella—. No la suelto. Apenas empiezo: hoy mismo la voy a matar.
—¡Matarla, y que luego te mueras de remordimiento! —soltó una carcajada histérica—. ¿No sería hermoso? Morir los dos, pareja de fugitivos rumbo al infierno… ¡Ja, ja, ja!
—¡Estás completamente desquiciada! —Adrián le tapó la boca y la arrastró hacia la salida, sin preocuparse ya por guardar las apariencias—. Luciana, no te asustes, yo arreglaré esto. Espérame, volveré por ti.
—¡Mmm! ¡Mmm! —La mujer forcejeaba con furia, su mirada fulminaba a Luciana.
—¡Vámonos!
—¡Tú espera, maldita! —gritó la esposa, desgarrando el aire—. ¡Sinvergüenza! ¡No vas a salir de esta!
Luciana se quedó inmóvil, boquiabierta. ¿Cómo iba a explicar semejante desastre? ¿Qué le pasaba a Adrián, armando escenas como si fueran telenovelas baratas?
Después de semejante e