Dos días después, Luciana se alistaba para salir con Alba en brazos y su pequeña mochila al hombro. Justo al abrir la puerta, se encontró de frente con Alejandro, quien regresaba a la casa para cambiarse de ropa.
—¡Tío! —exclamó Alba, extendiendo sus bracitos regordetes hacia él.
Con toda naturalidad, Alejandro la tomó en sus brazos.
—¿Vino el abuelo por ella? ¿Tú vas a trabajar?
—Sí —asintió Luciana.
Él, al entrar, tuvo que notar que Miguel había enviado a alguien a recoger a Alba, aprovechando que Luciana tenía turno nocturno. Miguel siempre insistía en cuidar a su bisnieta, mientras Luciana se ocupaba de su trabajo. Pero algo en la escena no le cuadraba del todo a Alejandro: ¿por qué Luciana se mostraba tan dócil con el abuelo, pero a él lo mantenía a distancia?
Tal vez interpretó su silencio como un descontento, porque Luciana se apresuró a explicar:
—En cuanto salga de mi turno, regresaré de inmediato. No se va a retrasar tu tratamiento.
Por un instante, Alejandro soltó algo que p