—No me lo agradezcas —respondió él con el ceño fruncido—. Esa cara tuya se ve peor que cuando lloras.
Luciana se quedó sorprendida. No era que quisiera poner mala cara, pero su cuerpo simplemente no le daba para más. Se sentía débil y mareada. Sin embargo, permaneció en silencio.
Al ver que no respondía, Alejandro insistió:
—¿Qué pasa? Te ves muy pálida, ¿estás enferma?
—Sí… y no.
Luciana asintió y luego negó con la cabeza.
—Es solo un malestar, pero no es algo grave.
—¿Y eso qué significa? —replicó Alejandro, con evidente fastidio—. ¿Hiciste tantos estudios que ahora ni sabes hablar español como la gente? Aclara si estás bien o estás mal.
Luciana se sintió incómoda. Era un tema difícil de explicar, pero la mirada de él dejaba claro que no se marcharía hasta saber la verdad. Finalmente, se atrevió:
—Digamos que… es algo que nos pasa a las mujeres cada mes. No te preocupes, no es nada serio.
—Ah…
Alejandro comprendió de inmediato y se quedó un poco incómodo. Dada la relación entre ellos