—Lo siento mucho.
—¿Y qué tiene que ver ella?
Alejandro frunció apenas el entrecejo y se dirigió a Juana:
—Has vivido fuera por mucho tiempo y no conoces bien las costumbres de aquí. La gente que no te tiene mucha confianza evita decirte cosas desagradables por cortesía.
—¿Cortesía?
Juana torció la boca, sin entenderlo.
—¿Ocultar lo que pienso es ser cortés? ¡Qué raro! ¿Por qué no mejor hablar con franqueza?
Luciana soltó una risa nerviosa. Si hubiera sabido que Alejandro aparecería, no habría permitido que la arrastraran a este lugar. Se sentía en una posición muy incómoda.
Después de revisar otras opciones, al final se quedaron con un vestido que Alejandro eligió personalmente. Juana, satisfecha, al fin mostró una sonrisa.
—Está precioso. Me encanta. Gracias.
—No hay de qué.
Él se encogió de hombros, restándole importancia.
—Es lo mínimo que puede hacer uno para su acompañante.
Terminada la compra, Juana le tomó el brazo con aire coqueto.
—Tengo hambre. ¿Vamos a comer?
Alejandro dudó