Al entrar a la sala, Patricia ya esperaba.
—Doctora Herrera, la acompaño a su habitación —dijo la empleada.
—Gracias —sonrió Luciana.
La llevaron a una habitación en la planta baja, cerca de la de Patricia. Era un cuarto pensado para el personal, según las instalaciones de la casa. Luciana suspiró con cierto alivio: aunque no era muy grande, resultaba suficiente para ella y Alba; la cama al menos era espaciosa y los muebles sencillos, pero funcionales.
Mientras acomodaba las cosas, Patricia empezó a advertirle:
—El señor Guzmán tiene un carácter frío. Luce tranquilo, pero no es fácil de tratar.
—Sí… —asintió Luciana, atenta.
—Pero no te preocupes; con tal de que respetes sus reglas y evites molestarlo, se deja llevar. A fin de cuentas, eres la doctora, no alguien como yo, que soy de servicio. Solo vigila esos detalles.
—Gracias, Patricia, lo tendré en cuenta —respondió Luciana con una sonrisa.
—Bueno, te dejo para que organices todo —dijo la otra, marchándose.
Una vez sola, Luciana rec