Luciana corrió a levantarla, esforzándose por tranquilizarla. Tardó un rato en lograr que dejara de sollozar. Le lavó la carita y le preparó su biberón:
—Alba, mi amor, mamá tiene que hacer unas cosas. ¿Podrías tomar tu lechita aquí solita, sí?
—Mmm—sí —contestó la niña, con su vocecita tierna, aferrada al biberón.
En ese momento, Alejandro bajó y se encontró con Alba sentada en la silla principal del comedor —lugar que él acostumbraba ocupar—. Luciana había salido un segundo para desechar los restos de las hierbas; la niña se quedó sola.
Alejandro, sin mucha experiencia al tratar con niños, se aclaró la garganta con un suave “ejem”. Aun recordaba que, la única vez que vio a la niña, ésta parecía sentir cierto afecto por él. ¿Lo recordaría ahora?
—¡Oh!
Alba giró la cabeza al oír el ruido, y en ese gesto dejó caer sin querer su biberón. El recipiente rodó por el piso.
Alejandro quedó perplejo. En apenas un par de segundos, la niña frunció el ceño y estalló en llanto:
—¡Waa… waaa…!
“¿Cóm