Alejandro dudó un segundo y luego decidió cubrirla él mismo con cuidado.
—Listo.
—Gracias… —repitió ella, con la voz temblorosa.
—No te preocupes…
La noche siguió tornándose más y más fría, como si el ambiente reflejara la tensión que ellos sentían por dentro. El tiempo transcurrió de forma lenta y angustiosa; en esa vigilia interminable, Luciana, que dormitaba recostada sobre Martina, de pronto abrió los ojos de golpe, sobresaltada.
—¿Qué pasa? —preguntó Martina, sosteniéndola para evitar que se tambaleara.
Con una especie de presentimiento, Luciana dirigió la mirada a la puerta de la sala de cuidados intensivos. Y casi de inmediato, la puerta se abrió. Una enfermera salió a toda prisa, inspeccionó el rostro de cada uno y preguntó:
—¿Quién de ustedes es Luciana?
—¡Yo! —respondió Luciana, poniéndose de pie de un salto. Su chaqueta cayó al piso sin que siquiera lo notara.
—Rápido, ven conmigo —apremió la enfermera—. El paciente está muy grave y no deja de llamarte… Si quieres despedirte