Aquella noche estaba destinada a ser interminable. Nadie se movería del pasillo del hospital. Resignados a esperar, Alejandro hizo que trajeran algo de comer para que pudieran mantenerse en pie.
—Luciana, ¿quieres probar un bocado? —le ofreció él con suavidad.
—Un poco más tarde —respondió ella, asintiendo con la cabeza. Luego, con delicadeza, ayudó a Martina a incorporarse—. Marti, ¿me acompañas al baño?
—Claro —aceptó Martina, sosteniéndola con cuidado mientras se alejaban.
De vuelta en el pasillo, Alejandro trataba de convencer a Mónica:
—Come un poco, ¿sí?
—No me pasa nada —murmuró ella, con los ojos enrojecidos—. No tengo hambre.
—Necesitas alimentarte —insistió Alejandro, preocupado—. Para que tu herida sane bien y no te vengas abajo cuando tu papá supere esto. —Mientras hablaba, sacó un sándwich y se lo acercó—. Ándale, agarra.
Con lágrimas contenidas, Mónica tomó el sándwich y respiró hondo.
—No tengo ganas de comer…
—Entonces solo un poco…
En ese momento, Luciana y Martina reg