Era un clip de cámara de seguridad, apenas unos segundos de duración, donde se veía a un hombre entrando a la habitación. Aunque la imagen no era muy nítida, en cuanto Luciana pausó el video, reconoció al instante a Alejandro.
Imposible confundirlo. Ellos habían compartido la experiencia más íntima que dos personas pueden vivir. Y ahora que repasaba mentalmente aquellos momentos, cada rasgo, cada faceta física, cada fuerza desplegada, todo parecía encajar con la complexión de Alejandro. ¡Había estado frente a él mil veces sin notarlo!
—Entonces… —murmuró, con el corazón al galope—. Esa misma mañana del día siguiente lo volví a ver. Él era el prometido con el que no deseaba comprometerme y yo, la novia que lo rechazaba sin imaginar la verdad…
Una risa sarcástica se le escapó, cargada de dolor e ironía:
—Claro. Era él. Justo él.
Recordó cómo Alejandro la había llegado a juzgar, insinuándole que llevaba una vida disipada. ¿Y quién había colaborado en ello? ¡Él mismo!
Sintió una amargura e