Luciana rompió a llorar.
En la mente de Alejandro, ella siempre había sido extremadamente fuerte, casi nunca lloraba, sobre todo por temas del corazón. La única persona que solía sacarle lágrimas era Pedro. Pero esta vez, estaba llorando por él, por su culpa.
Azorado y con torpeza, Alejandro intentó calmarla:
—Luciana, yo… lo siento…
Levantó la mano, con la intención de secarle las lágrimas, pero ella se apartó. Giró el rostro para evitarlo.
—Por favor, sal de aquí. No quiero verte ahora. Déjame sola un momento, ¿sí?
Ante eso, Alejandro vaciló, sin querer irse, pero la sentía tan reacia…
—Está bien, saldré.
Con voz ronca, se retiró del estudio caminando hacia atrás, y se quedó un buen rato junto a la puerta sin decir nada. Había provocado que Luciana se sintiera herida… ¿Acaso la había acusado injustamente? Entonces, ¿para qué había ido ella a ver a Mónica? Pensándolo bien, el asunto del secuestro doble también había sido raro. ¿Por qué se habían reunido esas dos, si nunca se han lleva