—Sí… —respondió ella, aún asustada.
Mientras tanto, Mónica no dejaba de gritar descontroladamente:
—¡Señorita Soler, cálmese!
—¡Rápido, necesitamos un sedante!
—¡De acuerdo!
El doctor y la enfermera hicieron todo lo posible para sujetarla, pero ni entre los dos lograban contenerla.
—¡Señorita Soler, por favor, deje de moverse! ¡Va a lastimarse más!
—¡Fue ella…! —Mónica gritaba, señalando a Luciana—. ¡Fue ella quien me hizo esto! ¡Aaaah…!
El médico miró a Luciana con el ceño fruncido:
—¿Qué pasó aquí?
—Eh… —Luciana se quedó perpleja. Ni siquiera entendía por qué Mónica había reaccionado así, ni qué significaba esa acusación de “hacerle daño.”
—¡Que se vaya! ¡Que salga! ¡Aaah! —exclamó Mónica de pronto, presa de otra oleada de agitación.
—Doctora Herrera, será mejor que salga. —El médico se volvió a Luciana—. Vea cómo está la paciente. Su estado es demasiado inestable en este momento. Usted misma, como doctora, sabe lo delicado que es.
—De acuerdo… —asintió Luciana, sin más opción que ab