—Sí, adelante —respondió él con un tono seco, esperando su explicación.
—Estuve pensándolo mejor y he decidido que Pedro no venga a la boda.
Sus palabras resonaron como un trueno en la cabeza de Alejandro. Sintió un escalofrío de rabia que, increíblemente, lo hizo reír con amargura:
—¿Por qué?
—Porque es demasiado engorroso —contestó Luciana, mientras se aplicaba crema frente al espejo.
—“¿Engorroso?” —repitió Alejandro con sorna—. Te dije que lo tendría todo controlado: habría gente pendiente de él, no te supondría ningún esfuerzo.
La miró, esperando que ella lo contradijera. Luciana guardó silencio un segundo, para luego decir con firmeza:
—Ya lo decidí. Pedro no asistirá.
Para Alejandro, ni siquiera había una excusa; ella se negaba, sin molestarse en “endulzar” la negativa. Le palpitaba la sien de pura frustración. Extendió la mano y detuvo a Luciana, impidiéndole seguir aplicándose el producto.
—Es tu único hermano, mi futuro cuñado. ¿De verdad crees que no merece estar en la boda?