—¿“La oportunista”? —repitió Luciana, con un deje de sarcasmo. Miró de reojo a Alejandro—. ¿Lo escuchaste?
Al oír esas palabras, Alejandro por fin dirigió una mirada fría a las dos chicas.
—Difamar, lanzar ácido, intento de agresión… Podría llamar a la policía y acusarlas de varios delitos, ¿entienden?
Las jóvenes se quedaron paralizadas por un instante, un poco asustadas. Sin embargo, quisieron mantenerse firmes.
—¿Y Mónica, qué? ¿Acaso no piensas en ella? ¡Debe estar sufriendo! ¡Está justo aquí! —exclamó una de ellas con indignación.
Poco a poco, el bullicio atraía mirones y curiosos. Para colmo, reconocían a Mónica, la celebridad. El gentío empezó a aumentar.
Cansado de tanta palabrería, Alejandro sacó su teléfono dispuesto a llamar a la policía.
Las dos chicas, presas del pánico, buscaron la mirada de Mónica.
—¡Mónica… ayúdanos! —le suplicaron.
Ella frunció el ceño, dando la impresión de que dudaba en permitir que las arrestaran.
—Alex, no hace falta llegar a esos extremos. Son sol