—En el hospital hay auxiliares que pueden ayudar —frunció el ceño Martina.
—¿Y cuando vuelvan a casa? —replicó Salvador—. Conseguir un cuidador de confianza no era cosa de llamar y ya. Y en el caso de don Carlos solo hacía falta una mano para entrar y salir; contratar a alguien de planta no tenía sentido.
Martina también se quedó en aprietos.
Se abrió la puerta de la habitación. Laura salió, miró a los dos:
—¿De qué hablan?
Luego, algo apenada con Salvador:
—Salva, tu… digo, don Carlos quiere ir al baño.
—Claro —no dudó—. Ya entro.
—Ay, perdona la molestia.
—No es molestia…
Salvador empujó la puerta y entró.
En el pasillo, Laura y Martina se miraron; Laura soltó un suspiro:
—Dicen que el yerno es medio hijo. Ya veo por qué.
—¡Mamá! —Martina ya estaba sensible; aquello la irritó—. Él ya no es tu yerno. Nos divorciamos hace rato.
—Hija… —Laura siempre la defendía, pero tampoco iba a negar lo que veía—. No me digas que no notas que Salva no te suelta. Este año… te cuidó.
No pudo evitar ac