En poco más de una hora entraron a la zona urbana. Sin perder un minuto, fueron directo al hospital.
Cuando llegaron, Carlos seguía esperando los estudios y Laura tenía en la mano las órdenes para pagar en caja.
—¡Mamá! —llamó Martina.
—¡Marti! —Laura, al verla, por fin sintió respaldo. Luego notó que venía Salvador. ¿Ellos…?
—Señora Laura —Salvador la saludó sin rodeos y le tomó las órdenes—. Déjemelas. Yo hago el pago.
—Ay… está bien.
Salvador fue y vino: pagó, agendó los estudios y regresó con todo listo.
—Listo, señora. Ya pueden pasar.
Mientras hablaba, empujó la silla de ruedas de Carlos hasta la sala de exploración. Para subirlo a la camilla del equipo, ni preguntó: lo alzó con firmeza y lo acomodó.
El médico de turno echó un vistazo y comentó, cordial, a Carlos:
—Tiene un hijo muy pendiente de usted.
Carlos se quedó un segundo en blanco y sonrió:
—Je, je…
Salvador no explicó nada.
—Ahorita regreso.
—Gracias por todo.
—No hay de qué.
Afuera, Laura y Martina lo vieron todo. Laura